Margarita, te voy a contar un cuento
No es de estrellas ni de perlas
ni de versos, pluma y mar
Ni de un rey y una princesa
ni de azul de inmensidad
Ni de lunas y elefantes
y un capricho ir a buscar...
Es un cuento, en malos tiempos
Es de un niño de verdad.
(Parafraseando a R.Darío, con perdón)
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Erase una vez un país que estaba en época de penuria.
Corrían los años cuarenta, años de posguerra, malos tiempos.
Y erase que se era, un niño en una ciudad castigada, una ciudad severa, una cuidad tacaña.
La necesidad que habitaba en muchos hogares hizo que este muchacho, de apenas once años, tomase la decisión de ponerse a trabajar en sus ratos libres para colaborar con la economía familiar.
Tenía un vecino, Leoncio, que regentaba, también en su tiempo libre, el cafetín y la bombonera de un cine y fue él quien le dio la oportunidad de ganarse algún dinero de ayuda.
Un día le citó a la puerta de un edificio, el cine " Coca " (en el puro centro de la ciudad) y le explicó sus derechos y deberes.
Los derechos eran los porcentajes, un diez por ciento del género vendido.
Los deberes se los colgó del cuello en forma de cesta de mimbre llena de paquetes de dulces y fue advertido por Leoncio, camarero por las mañanas y vecino de toda la vida, que allí dentro era "Don Leoncio", el jefe.
Y así, el muchacho, a diario de siete a una y fines de semana desde las cuatro, pasó sus siguientes cuatro años paseando el patio de butacas arriba y abajo, cantando todo lo alto que podía, el mismo soniquete en cada sesión :
"Caramelos y bombones... pastillas y caramelos...."
Como era una época dura y las ventas eran pocas, el muchacho tuvo la iniciativa de proponer a D. Leoncio la posibilidad de vender las piezas sueltas.La negativa fue rotunda. Desobediente, fue a comprar un kilo de caramelos y ya en la semi oscuridad de la sala, los esparció por su cesta de mimbre y así el pequeño vendedor se embolsaba unos céntimos extra.
Pero, he aquí, que los acomodadores, envidiosos y zalameros fueron a contárselo a D Leoncio, que tras reprenderle y viendo la bonanza del negocio, accedió al menudeo, siempre claro, otra vez al diez por ciento.
La necesidad seguía agudizando el ingenio del buen muchacho.
Sábados y domingos se llenaba la sala con los cadetes de la academia de caballería. Aguerridos y orgullosos, portaban sable,capote y gorra, lo que suponía un inconveniente a la hora de acomodarse en el asiento.
El amable y sagaz caramelero se ofreció a guardar sus enseres en el vestíbulo, tras la barra de la bombonera.
Las propinas eran generosas, pero una vez más los acomodadores,tiralevitas, le volvieron a traicionar.
Otra riña y otro pacto. Otro diez por ciento.
La rebeldía entonces se adueñó del pobre chiquillo y tras advertir a los cadetes de la jugada y rechazar la propina, hubo de mediar y tranquilizar los ánimos, pues había quien quería meter a D Leoncio el sable por la boca.
Perdió su comisión pero su jefe se quedó sin negocio.
Sin embargo no guarda mal recuerdo, antes al contrario, agradece los intensos momentos de cine, películas inolvidables y recuerdos enlatados con títulos como " El gran vals" (vida de J.Strauss) que llegó a verla treinta veces, "La espía de Castilla", "La tragedia de la Bounty", "La diligencia", las películas de "Fu Manchú", "La máscara de hierro", "En los mares del sur", "Los tres mosqueteros" "Raza", "Los últimos de Filipinas", "Calle mayor", "Historias de Filadelfia".....
y tantas y tantas otras .
Los malos tiempos le hicieron un buen regalo... y colorín, colorado.
...."Un gentil pensamiento
al que un día te quiso contar
un cuento...."
( con permiso del papá )
Juncal.